El día 18 de junio, el diario la Tercera publicó una nota relativa a la extensión de la jornada de los jardines infantiles de Junji. En ella, la vicepresidenta ejecutiva de la institución, Ximena Ossandón, declaraba que se realizaría un estudio en las próximas dos semanas para determinar la demanda real por extensión de jornada.
Además, señaló que “La idea es que el jardín nunca reemplace a la mamá ni a la familia. Cuando la mamá pueda estar con su niño, que esté, pero cuando la mamá decida irse a tomar, ir a la playa o a tomar un café con una amiga dejando al niño en nuestras salas, eso es lo que nosotros tenemos que evitar porque no hay ningún estudio en el mundo que diga que el niño está mejor en una institución que con su familia”.
Estas fuertes declaraciones plantean varios temas que deben ser abordados.
En primer lugar el estudio de la “demanda real” que se hará durante dos semanas. Según el texto de La Tercera, Junji operará bajo dos criterios: a) que “exista realmente la necesidad”, y b) que los jardines no estén en lugares “sumamente vulnerables” ya que “salir (…) a las 8 de la noche pone en peligro la integridad de las educadoras de párvulos”.
El primer criterio presenta riesgos que se deben controlar. Generalmente en el área de la salud se comete el error de asumir que la población de interés de los centros de atención son los pacientes, y se olvida a quienes no asisten a los centros por las más diversas razones, una de ellas, la inadecuación de la oferta de estos centros a las demandas de la población.
En el caso de Junji, se corre el riesgo de considerar sólo las necesidades de las madres que tienen a sus hijos en los jardines de la entidad, y no pensar en que hay madres que no pueden incorporarse al mercado del trabajo debido a que no tienen más opciones que dichos jardines, que no tienen extensión horaria como ellas requieren. Es cierto que se está evaluando aumentar la cantidad de horas de atención y no el número de vacantes por jardín, pero al cambiar las condiciones de atención, se puede generar una nueva demanda (algo similar pasó con la creación de los tribunales de familia).
Me pregunto cómo se evaluará la real existencia de la necesidad de extensión horaria, y cómo van a recabar esta información en dos semanas. El pasado viernes 2 de julio se cumplió el plazo y no hay novedades al respecto. De haberlas, sería bueno, junto con el resultado del estudio, explicar la manera en que se recogió la información y los criterios utilizados en la toma de decisiones. Tengo especial interés en saber cómo operó el supuesto: mayor nivel de vulnerabilidad de un barrio, mayor cantidad de lanzazos y asaltos, y menor probabilidad de que los jardines Junji ofrezcan extensión de jornada.
En segundo lugar: el imaginario sobre las actividades de las madres durante las horas de extensión de jornada. Al tratar de entender lo que quiere decir la vice presidenta de la Junji en sus declaraciones, aparecen dos distinciones básicas, con las que se puede armar una matriz que es muy caricaturesca para algunos, pero muy útil para otros. Es más, hay muchas personas que miran el mundo desde esa matriz.
Las distinciones están basadas en dos variables: clase y género, ambas dicotómicas: mujer-hombre / clase alta-clase baja (ricos-pobres). Así, se pueden identificar 4 tipos ideales: hombre rico, hombre pobre, mujer rica, mujer pobre.
Cada tipo, tiene asociado un status-rol. Si cada uno cumple su función, la sociedad “funciona”. Los problemas se empiezan a dar cuando los sujetos comienzan a distanciarse de su status adscrito: los hombres trabajan, las mujeres no, los ricos toman café y van a la playa, los pobres “se van a tomar”.
Los hombres no son problema en esta discusión porque, en la lógica en que se inserta la postura Junji, ellos están trabajando y no al cuidado de los hijos, y en los casos en que sólo hay madre en la familia se las debe apoyar porque cumplen un doble rol: el de mujer y el de hombre (no los de producción y reproducción).
Si las mujeres empiezan a incorporarse al mercado del trabajo, el Estado tiene que poner jardines Junji, pero cierran antes del fin de la jornada laboral, entonces hay que extender la jornada. El razonamiento posterior es lo que me parece en extremo peligroso: ¿qué hacen las mujeres en esas horas extra?
A juicio de Ossandón, algunas deben trabajar, para ellas está pensada la extensión horaria, pero hay otras que se dedican a actividades como “irse a tomar, ir a la playa o ir a tomar un café con una amiga”, y la extensión horaria no está pensada para este grupo de mujeres. En este punto insisto en la fuerza del imaginario que diferencia los roles masculino y femenino al punto de generar instituciones que ofrezcan educación y cuidado a hijos de mujeres que no pueden cuidarlos directamente ni pueden pagar por una institución que lo haga, como si la responsabilidad de la educación y cuidado de la prole no recayera también y de manera directa sobre los hombres, los padres de dicha prole.
Al considerar la distinción de clase de nuestra matriz, podemos identificar en las posibles actividades recreativas de las madres también un comportamiento dicotómico: salen a tomar (alcohol) o salen a tomarse un cafecito con las amigas. Prefiero dejar sin discutir las salidas a la playa, sólo por un asunto práctico, la cantidad de mujeres en el país que alcanza a salir de su trabajo, irse a la playa y volver a las 20:00 horas a buscar a su hijo al jardín no debe ser mucha.
En resumen tenemos comportamientos propios de los hombres y propios de las mujeres, y comportamientos de ricos, como comportamientos de pobres. Si se tratara sólo de una extrema simplificación descriptiva de la realidad podría ser un razonamiento atendible, pero el problema radica en que las decisiones de política pública se están basando en esta caricatura de la sociedad. Caricatura que además no es sólo descriptiva, sino que tiene asociada una carga valórica muy fuerte, y que, como todo juicio, depende de la ubicación en el mundo de quien lo emite.
Según la intención de política de Junji, está mal que una madre quiera ir a tomar, a tomar café o a la playa, dicho de otra forma, las madres no pueden tener tiempo de ocio financiado por el Estado. El Estado de Chile sólo otorgará extensión horaria a las madres que trabajan hasta tarde, pero si quieren más horas de jardín para poder tomar un café con una amiga antes de retirar a sus hijos van a tener que cambiarse a un jardín infantil pagado, que les de esa posibilidad.
Llegamos entonces a un punto en que el Estado asegura mínimos tan mínimos que se transforman con extrema facilidad en “servicios de segunda categoría”. El que quiere pasarlo bien, que pague. El que quiere educación de calidad, que pague. El que quiere que el médico lo atienda más de 10 minutos, que pague y el que quiere que le entreguen la guagua correcta, también que pague.
Es claro que el Estado no puede proveer de todos los servicios que la población requiere ni en cantidad ni en diversidad, pero el aseguramiento de la provisión de bienes y servicios básicos es un deber del Estado con sus ciudadanos, y no puede transformarse en un favor hacia los más desposeídos. Recordemos además que los “desposeídos” son un resultado del modelo social y económico imperante, modelo sostenido por el Estado chileno.
En tercer y último lugar, a pesar de que pueda ser una discusión añeja, me pregunto por la concepción de Junji sobre la educación infantil y su auto posicionamiento en el continuo educación – guardería, una declaración respecto de este tema, podría servirnos de contexto para entender el desarrollo de políticas del sector.
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